La historia del rey sueco que pudo morir por una bala fabricada con un botón de uniforme

La muerte del último rey guerrero sueco ha sido reconstruida hasta encontrar la verdad

Héctor Farrés

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Si el botón tenía dueño, es probable que también tuviera intención. Lo insólito no es que un proyectil tan absurdo acabara incrustado en un cráneo real, sino que durante décadas se creyera que había sido un simple accidente, como si los reyes cayeran por mala suerte.

Un objeto de latón, rematado con plomo y soldado con un lazo, pasó de adorno de uniforme a presunto asesino en el instante en que se convirtió en hipótesis. Y, sin embargo, toda la investigación posterior sugiere que el disparo no se hizo por azar ni desde tan cerca. El enigma del disparo mortal no se esconde en la bala, sino en quién la disparó.

La bala que no encajaba

La imagen más repetida de Carlos XII es la de su cadáver erguido, con la cabeza ladeada, aún montado a caballo tras recibir el impacto. No fue así. El proyectil atravesó su cráneo en línea recta, desde un lado hasta el otro, cuando se incorporó para inspeccionar una trinchera en construcción en Fredriksten, el 30 de noviembre de 1718. Cayó al instante.

No hubo tiempo de alertas ni de revuelo. Sus hombres lo evacuaron de inmediato para evitar que el frente se viniera abajo. A su alrededor, decenas de suecos ya habían muerto por el fuego noruego. Sin embargo, la trayectoria de la bala abrió paso a una duda que sobreviviría siglos: ¿quién quería ver muerto al rey?

Casi trescientos años después, en Finlandia, un equipo de investigadores de la Universidad de Oulu disparó proyectiles sobre cráneos artificiales para intentar reproducir las heridas del monarca. Lo hicieron con mosquetes de época y cañones de pólvora negra, tratando de esclarecer si un botón, como llegó a creerse, podría haber causado el daño.

La conclusión fue tajante: “Después de haber disparado los proyectiles y examinado los cráneos en un escáner, vimos que el agujero no podía haber sido causado por una bala de plomo. Tampoco por un botón”, explicó el investigador Juho-Antti Junno en Forskning & Framsteg.

Ese supuesto botón —conservado en el Museo de Historia Cultural de Halland, en Varberg— tiene una medida casi idéntica al orificio de 19 milímetros de diámetro que conserva el sombrero del rey. En su interior, años después, un análisis de ADN halló restos genéticos compatibles con los guantes ensangrentados que Carlos llevaba la noche de su muerte. El fragmento, según la investigadora Marie Allen, corresponde a una secuencia presente solo en el 1 % de la población sueca.

Ni disparo cercano ni fuego amigo

Durante generaciones, se sostuvo que la bala podía haber salido de una posición sueca. Las heridas, al parecer, así lo sugerían. Pero la investigación finlandesa niega que el impacto proviniera de corta distancia. De hecho, el proyectil que mató al rey tenía más de 20 milímetros de diámetro y alcanzó una velocidad cercana a los 200 metros por segundo.

Ese calibre solo encaja con disparos hechos desde el fuerte enemigo a unos 200 metros, con munición de metralla, el tipo de proyectil compuesto por varias bolas envueltas en tela o metal, muy común en los siglos XVIII y XIX.

A la combinación de pruebas científicas y relatos populares se sumar las sospechas políticas, alimentadas por las circunstancias que rodearon la muerte del rey. El principal beneficiado fue su cuñado Federico, heredero directo al trono.

El sucesor de Carlos XIII aprovechó la situación para suspender el ataque, poner fin a la guerra y anular un impuesto del 17 % que el impopular ministro Goertz estaba a punto de aplicar. Tres meses más tarde, Goertz fue ejecutado. Según relató tiempo después un ayudante de campo, Federico pasó de un estado de nerviosismo extremo a una serenidad inusual justo después de conocer la noticia de la muerte del monarca.

En los márgenes del relato histórico también circulan versiones más cercanas al folclore. Una de ellas figura en una nota manuscrita que el cirujano real Melchior Neumann dejó en un libro en 1720. Afirmó que, en sueños, vio al rey tendido sobre la mesa de embalsamamiento y le preguntó si había sido alcanzado por un disparo desde la fortaleza enemiga.

Según escribió, la respuesta fue: “No, Neumann, alguien vino arrastrándose”. Esta supuesta aparición alimentó la idea de un ataque desde dentro de las líneas suecas.

Una muerte en guerra, no una conspiración

Carlos XII, el último rey guerrero de Suecia, no murió por accidente ni por error. El análisis forense, la trayectoria del disparo y el tipo de proyectil empleado descartan tanto el azar como el fuego amigo. Fue un impacto preciso, ejecutado desde las líneas enemigas, en medio de una operación militar en curso.

La historia transformó durante siglos aquella muerte en una incógnita, pero la investigación moderna ha devuelto el hecho a su contexto: el de una guerra, una decisión táctica y un reinado que terminó con un único disparo.

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