INTERNACIONAL
Reino Unido

Keir Starmer, un Sir que puede ser un gran aliado del rey Carlos III

El monarca británico simpatiza más con las políticas del laborista que con las que impulsaba Rishi Sunak

Starmer, recibido este viernes por el rey Carlos III en Buckingham .
Starmer, recibido este viernes por el rey Carlos III en Buckingham .AFP
PREMIUM
Actualizado

En pleno naufragio de la primera ministra de los 45 días, la conservadora Liz Truss, el Partido Laborista celebró en otoño de 2022 la decisiva conferencia en la que consumó su giro centrista y empezó a ser percibido por una amplia masa de británicos como la formación mejor preparada para asumir de nuevo el timón de un país que llevaba demasiados años a la deriva. Con Keir Starmer al frente, a nadie le pasó desapercibido que aquel cónclave comenzara no sólo con los casi obligados elogios en memoria de la reina Isabel II -que había fallecido apenas unos días antes-, sino también con los sones del himno nacional y los líderes laboristas entonando a pleno pulmón el "Dios salve al rey". Todo fueron gestos a modo de declaración de intenciones. Algo así no se había visto en las conferencias del Labour Party. De hecho, el predecesor de Starmer, Jeremy Corbyn -sustituido en 2020-, se mostró horrorizado porque sus correligionarios exhibieran semejante ardor patriótico monárquico.

El Partido Laborista tuvo en sus inicios, durante las primeras décadas del siglo XX, el republicanismo entre sus ideas fuerza. Eso se moderó completamente con el tiempo. Y hace ya mucho que la formación se demuestra tan leal como pragmática ante los principios constitucionales del Reino Unido y la aceptación tan mayoritaria entre la ciudadanía de la Monarquía. Ese mismo viaje personal lo tiene más que digerido el flamante nuevo primer ministro Keir Starmer. Durante la campaña, se ha recordado hasta la saciedad cómo en su juventud hizo no pocas declaraciones públicas a favor de la abolición de la Corona. Pero el político y reconocido jurista igualmente ha venido a decir no menos veces que aquella idea no fue sino una enfermedad de juventud bien superada.

Nada tiene que temer, desde luego, la Monarquía británica, hoy encarnada en Carlos III, con el regreso a Downing Street del Partido Laborista, después de 14 años de gobiernos conservadores. Y mucho menos con un líder que es cualquier cosa menos un izquierdista peligroso. A buen seguro, en la audiencia ceremonial en el Palacio de Buckingham en la que el rey ha investido pasadas las 12 del mediodía (hora británica) formalmente este viernes por la mañana a Starmer como el tercer premier de su reinado -al hijo de Isabel II le ha dado tiempo de despachar con la mencionada Truss, apenas unos días, claro, y con Rishi Sunak- habrán bromeado con el hecho de que el nuevo dirigente es Sir. Como reputado abogado, especializado en la defensa de los derechos humanos, el joven Starmer fue nombrado en 2002 Consejero de la Reina -reconocimiento como eminente jurista designado por patente real-. Y, ya en 2014, tras su etapa como fiscal jefe para Inglaterra y Gales entre 2008 a 2013, el entonces príncipe de Gales le invistió caballero comendador de la Orden del Baño, lo que elevó al actual premier a la categoría de Sir.

El rápido proceso de investidura de un primer ministro en el Reino Unido contrasta con los procedimientos de otros sistemas, como el español. Y el papel del rey resulta por lo general tan sencillo como ceremonial. A falta de una Constitución escrita, la tradición es primordial en el sistema británico. Y en un ritual perfectamente engrasado con el tiempo, cada vez que un primer ministro abandona el cargo, bien por dimisión, bien por agotamiento de su mandato, debe acudir ante el monarca para presentarle su renuncia. A continuación, quien opta a asumir la nueva Jefatura de Gobierno necesita que el soberano le conceda la venia y le encargue la formación del Ejecutivo. Se trata de un trámite casi protocolario.

Hasta hace poco, se consideraba al Reino Unido como el principal laboratorio europeo del bipartidismo casi perfecto. El hecho de que laboristas y conservadores se repartieran los escaños en cada cita electoral y de que la alternancia estuviera tan asentada, facilitaba sin duda el papel del monarca, que se podía limitar a ejercer de observador privilegiado desde Buckingham.

Cuando un partido se impone en las urnas por mayoría absoluta, cosa harto frecuente en el Reino Unido, el rey británico se limita a encomendar a su jefe de filas que asuma la responsabilidad. Sólo en los casos en que se produce lo que se conoce como Parlamento colgado -es decir, ninguna formación logra más del 50% de los escaños-, cabría atribuir cierto margen de discrecionalidad al monarca en el proceso de investidura. Pero, en la práctica, tampoco ocurre así. Porque son los propios partidos los que el mismo día después de las elecciones protagonizan urgentes negociaciones para formar una coalición o garantizarse una mayoría parlamentaria, de modo que cuando el premier saliente acude a presentar su renuncia al rey, éste ya sabe a quién debe recibir de inmediato para autorizarle a formar Gobierno. No hay investidura como tal en el Parlamento.

Todo soberano británico, como cualquier monarca parlamentario en democracias plenas, está obligado al mantenimiento de una neutralidad política escrupulosa. No se apartó un ápice de este principio Isabel II a lo largo de siete décadas de reinado. Aun así, destacan los historiadores que la reina tuvo mejor relación con algunos primeros ministros laboristas como Harold Wilson (1974-1976) que con otros tories como Margaret Thatcher (1979-1990).

Buena sintonía con el nuevo primer ministro

A este respecto, aunque de momento todo sea hacer cábalas, subrayan muchos expertos que cabe pensar que pueda haber buena sintonía entre Carlos III y Keir Starmer. El rey se ha cuidado bastante de dar opiniones sobre asuntos de naturaleza política desde que asumió el trono, pero están demasiado frescas aún las que vertía sobre casi todo siendo aún heredero. Y no son pocos los asuntos en los que el jefe del Estado coincide con la nueva agenda laborista: cambio climático -una de las grandes preocupaciones del rey, en las que no encontraba suficiente apoyo por parte de los tories-, vivienda, relación del Reino Unido con la Unión Europea o inmigración.

Sobre esto último, cómo no recordar que Carlos, aún en vida de su madre, tachó de "atroz" el plan del Gobierno conservador para trasladar a solicitantes de asilo en vuelos a Ruanda. Fueron comentarios realizados en una reunión privada, pero que fueron difundidos por varios diarios británicos. Clarence House se negó a hacer comentarios entonces, pero tampoco desmintió las palabras del príncipe. En estos dos años largos, aquel plan ha sufrido toda clase de vicisitudes hasta convertirse en ley. Una ley que, naturalmente, Carlos III sancionó como es su obligación, pero con la que poco aventurado es pensar que no comulgaba en absoluto el monarca. Starmer ha prometido por activa y por pasiva que si llegaba al poder eliminará el plan Ruanda.

Si la rotunda victoria laborista se traduce también en un ciclo de estabilidad política en el Reino Unido, ello redundará igualmente en beneficio de la Monarquía, a la que por definición le favorecen notablemente los periodos de tranquilidad institucional. Hasta ahora, más allá de las propias crisis que zarandean a la Corona por asuntos tan delicados como el cáncer del rey y de su nuera, la princesa Kate, lo cierto es que Carlos III ha tenido que lidiar con el tsunami político que ha marcado el final del ciclo tory.

En un intento desesperado por arañar votos, en las últimas semanas desde las filas conservadoras se han difundido mensajes de campaña agitando el fantasma de que la victoria de Starmer supondrá el fin de la Monarquía. Ningún británico con dos dedos de frente cree algo así, desde luego. Otra cosa es que en las filas laboristas sí haya sectores con poca querencia por la institución, que cuando menos reclaman medidas de reforma y modernización de la Corona, en aras de hacerla más transparente y ejemplar. Claro que no será una de las prioridades del nuevo jefe de Gobierno, que bastantes problemas acuciantes debe afrontar.

Carlos III tiene unos índices de popularidad de entre el 60 y el 65% desde que asumió el trono. Entre los votantes conservadores o quienes simpatizan con los demócratas liberales, la gestión del rey cuenta con un apoyo del 73% y el 68%, respectivamente. Las notas bajan entre los votantes laboristas, aunque el 49% también cree que el monarca lo está haciendo "muy bien" o "bien". Ello ayuda a entender por qué Starmer, a diferencia de un dirigente especialmente sectario como fue Corbyn, no dudó en aclarar la garganta para cantar bien fuerte Dios salve al rey en el congreso laborista que le coronó a él antes de que lo hayan hecho ahora los ciudadanos.