Andrea Casarrubios se recluyó en Asturias durante la pandemia y encontró la música
La joven chelista y compositora, afincada en Chicago y de gira por Estados Unidos, escribió en Oviedo algunas de sus obras más inspiradas

Andrea Casarrubios, en una reciente fotografía promocional. | Sophie Zhai / Elena Fernández-Pello

Andrea Casarrubios es una de las violonchelistas más importantes del mundo y la artista española que más veces ha actuado en el Carnegie Hall. La intérprete y compositora, de 35 años, ha subido más de 20 veces al escenario del templo neoyorquino de la música, la última el pasado 20 de octubre para estrenar una de sus obras, titulada "Herencia". No está entre las que escribió en Oviedo, en 2021, durante unos meses de reclusión, con la pandemia de por medio, que aprovechó para cumplir su sueño de conocer la ciudad y el resto de Asturias, en la medida que las circunstancias lo permitían, y para crear alguna de sus melodías más inspiradas, como "Silbo", dedicada al silbo gomero, y "El paseo de los tristes", para guitarra.
"En Oviedo escribí obras importantes. Aquel era un momento especial para mí, con la pandemia y las restricciones", recuerda, y siempre que había una oportunidad, cuenta, se escapaba a escuchar a las dos grandes sinfónicas asturianas: la OSPA, la del Principado, y Oviedo Filarmonía, la de la capital. Su relación con Asturias viene de largo. "De pequeña iba al Concurso Internacional de Llanes", rememora.
Hace tiempo que Andrea Casarrubios estableció su residencia en Chicago. Ella nació en San Esteban del Valle, en Ávila, en el sur de la sierra de Gredos. Su madre, bailarina; su padre, pintor. Viendo a su hermano tocar eligió su instrumento: el violonchelo. Lleva desde los 16 años con uno de madera de arce, salido del taller del luthier parisino Batelot. Hasta 2020 vivía en Nueva York. Con el covid, relata, "todo se paró, se cancelaron todos los conciertos, no necesitaba viajar, tuve la oportunidad de decidir dónde escribir esas obras, y elegí Oviedo".
Su paso por Asturias le dio incluso para hacer algo de investigación etnográfica, de la que nació "24 Mozas", una pieza para chelo y orquesta o piano que bebe de una canción popular de fuerte arraigo en la localidad de Toro, en Zamora, "El tío Babú", y que, según indica, también está registrada como canción popular asturleonesa en el archivo del Museo del Pueblo de Asturias.
Los pacíficos recuerdos de su estancia en Oviedo la acompañan ahora en sus viajes por el mundo. "Es una ciudad preciosa, a todos los niveles: la naturaleza está al lado; los vecinos, fueron todos superamables; me daba unos paseos enormes, y subía y bajaba al Cristo del Naranco, por los parques, hacía rutas por los alrededores... Me gustan el senderismo y la naturaleza", cuenta. "Ahora vivo en Chicago, porque hubo un encargo de la Chicago Symphony, pero necesito siempre un aeropuerto cerca", asegura. En Asturias lo tenía, comenta, y el tren, al que también suele recurrir para desplazamientos más cortos. Cuando conversó con LA NUEVA ESPAÑA estaba en Madrid, acababa de volver de Bucarest, en Rumanía, de dar un concierto en el Festival George Enescu, y salía hacia Estados Unidos para girar por el país.
Tocar el chelo para ella es "una forma de meditación". Con su sonido se siente "arropada, como con la voz humana". La música es "una forma de vida, es mi esencia, fue mi primer lenguaje. Para mí la música es una fuente de vida, de comunidad, de disfrute". "La de la música fue mi primera escuela", comenta, y mantiene la gratificante sensación de aprender jugando, que dice que es "como se aprende mejor", y de formar parte de "una familia grande".
Pese a su evidente talento y su reputación, atribuye su éxito profesional, en buena parte, a "momentos decisivos, que han llegado gracias a muchas personas que han apostado por mí; ellos me han hecho creer que el mundo necesitaba que yo siguiera tocando y escribiendo". Admite que la música es "una profesión que requiere muchos esfuerzos, sacrificios y tanto tiempo...", y comenta que se dejó envolver por la carrera musical de forma "muy paulatina".
A día de hoy se siente "agradecida". "Lo estoy de compartir mi música y de que llegue a tanta gente", dice, y avanza que su obra pronto regresará a Asturias, porque el Festival ADAR, para el desarrollo de las artes en el medio rural, que organiza conciertos en la primera quincena de agosto en concejos como El Franco, Grado, Colunga o Belmonte de Miranda, tiene previsto programar una o dos composiciones suyas el próximo verano.
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