El campo de internamiento de Triscornia, la pesadilla de los asturianos que soñaban con Cuba

Este campamento para inmigrantes en La Habana, muy similar a los que Italia ha creado en Albania, desataba el miedo entre los asturianos encerrados en un lugar donde recibían un trato degradante y vejatorio

Una vista de las instalaciones del campo de emigrantes de Triscornia, en Cuba

Una vista de las instalaciones del campo de emigrantes de Triscornia, en Cuba

José Manuel Prieto Fernández del Viso

José Manuel Prieto Fernández del Viso

El 13 de diciembre de 1920, a los pocos días de haber llegado a Cuba, Ricardo Ruiz le escribía una carta a su madre, que en la aldea de Lué en Colunga sin duda esperaba inquieta las noticias de su hijo. En esa carta le describía sus primeros días en la isla y con alivio le hacía saber que, aunque tras desembarcar en La Habana había sido internado en Triscornia “al día siguiente muchos salimos, yo salí por la mañana. Fue allí el tío José a buscarme”. Aproximadamente un año antes, el 19 de diciembre de 1919, Amado García había escrito desde La Habana a su amigo Manuel Suárez, vecino de Cancienes en Corvera, a fin de tranquilizarlo ante el temor que le ocasionaba la posibilidad de ser recluido en Triscornia. Su temor era tal, que incluso se planteaba renunciar a su viaje a Cuba “tú tienes miedo de venir aquí, porque tienes miedo de ir para Triscornia, pues chico sobre ese particular no tengas miedo (…) en tal caso que fueses (…) yo te presentaba carta para que no fueses a Triscornia”. Ricardo Ruiz y Manuel Suárez no eran casos únicos y, a principios del siglo XX, Triscornia se había convertido para los emigrantes asturianos y españoles en un lugar maldito y que todos deseaban evitar cuando llegasen a La Habana. Algo que no resulta sorprendente, a tenor de los artículos publicados en la prensa de la época que lo calificaban como “templo de tormento” o “purgatorio” donde los inmigrantes “se pudrían o eran reembarcados a su lugar de procedencia”.  Palabras que desde luego no presagiaban nada bueno para aquellos que tuviesen la desgracia de acabar allí.

Pero, en realidad ¿Qué era Triscornia? Pues, Triscornia, no era otra cosa que un centro de internamiento que tenía como objetivo regular el flujo de inmigrantes recibido por la isla caribeña. Es decir, a principios del siglo XX muchos españoles, y también personas de otras nacionalidades, tenían la “fortuna” de ser alojados en un campamento para inmigrantes, muy similar a los construidos recientemente por el gobierno italiano en Albania.  Iniciativa que, por cierto, como es bien sabido, ha sido alabada, ensalzada y puesta como modelo de política migratoria por un cada vez más amplio sector del espectro político europeo.

La Estación de Inmigración de Tiscornia, y no Triscornia, si bien esta es la denominación por la que se haría tristemente célebre, fue creada en 1900 por las autoridades norteamericanas a imitación de la Isla de Ellis. Se levantaba en la zona oriental del puerto de La Habana, en unos terrenos donde un emigrante, probablemente vasco, llamado José Tiscornia construyó a finales del siglo XVIII un muelle para carena.  Inicialmente se trataba de un centro de cuarentena en el que eran alojados los inmigrantes portadores de algún tipo de enfermedad o para evitar al recién llegado el contagio de la fiebre amarilla, pero, en mayo de 1902, la orden militar nº 115 dispuso que ingresasen en el campamento todos aquellos que desembarcasen en La Habana sin trabajo o que no contasen con una persona o institución que respondiese por ellos. Normativa que obligaba, como señalaba el profesor Moisés Llordén, a los inmigrantes a presentar una carta-aval en la que se explicitase que no iban a suponer ninguna carga para el Estado cubano. En caso contrario quedaban recluidos en el campo hasta que un familiar o amigo los reclamase o se hiciesen socios de un centro regional. Entre estos últimos se encontraba el Centro Asturiano, que en 1905 creó una sección de inmigración que permitió a miles de jóvenes asturianos salir del campamento de Triscornia al inscribirlos como asociados. La llegada masiva de nuevos emigrantes procedentes de Asturias y las terribles condiciones del campo de internamiento, objeto de constantes denuncias por parte de las sociedades españolas en Cuba, llevó a los dirigentes del Centro Asturiano a tomar la decisión de establecer en 1910 una delegación en Gijón, para que aquellos que lo deseasen pudiesen hacerse socios antes de embarcarse en el puerto de El Musel y de esta forma evitar su paso por Triscornia.

A pesar de estas medidas, y de la propaganda que se hacía para difundir lo que sucedía en Triscornia, todavía muchos de los inmigrantes que llegaban a La Habana ingresaban en el campamento. Por ejemplo, en 1912, más de 13.000 personas vieron como su estancia en América, con la que tanto habían soñado, se iniciaba en ese lugar, donde eran sometidos a un trato degradante y vejatorio, con el añadido de que el inmigrante tenía que pagarse la manutención durante el tiempo que estaba internado o, si no disponía de medios económicos, tenía que trabajar de forma forzada en el propio campo para costeársela. Una estancia que, como recuerda el emigrante cántabro Eloy Vejo Velarde, “era un verdadero suplicio” y que en su caso se alargó durante seis días y seis noches. Testimonios de este tipo son abundantes, aunque no resulta difícil imaginarse lo que sentirían esos jóvenes, casi niños, al ser privados de su libertad y confinados cuando estaban a punto de alcanzar su meta. Es incuestionable que la desesperanza producida por   el sueño roto, la angustia provocada por la incertidumbre ante un futuro incierto, incluso el miedo a una posible repatriación, debían ser todavía peores que las penalidades físicas sufridas durante el tiempo que pasaban recluidos. No obstante, según algunos observadores contemporáneos para el emigrante lo peor estaba por llegar y el purgatorio de Triscornia no era más que el paso previo hacia el infierno del mercado laboral cubano, donde sus propios compatriotas les iban a explotar sin ningún tipo de escrúpulo, pero, como reza ese dicho tan popular, eso ya es otra historia… 

Por desgracia, experiencias como las vividas por los jóvenes asturianos parece que van camino de repetirse, pero no en una tierra lejana y en una época tan alejada en el tiempo como la Cuba de principios del siglo XX, sino muy cerca, en la Europa del siglo XXI. Aunque, claro, es verdad, ahora ya no somos nosotros, son ellos y ya no importa lo mismo.

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