Ángel Cuesta fue un puro emprendedor: el imperio tabaquero en Florida de un indiano de Peñamellera
Con poco más de diez años emigró y consiguió convertirse en una de las grandes referencias de la industria tabaquera de Tampa (EE UU)
Cuesta, destacadísimo miembro del Club Rotario desde sus inicios en 1905 en Chicago, promovió también la extensión de los cuidados sanitarios y la educación entre sus compatriotas, tanto en Tampa como en Asturias

El tabaquero Ángel Cuesta / Archivo de Llanes. Fondos del Oriente de Asturias
En Panes, al lado de la plaza, hay una fuente conocida como la de Dos caños. En ella se conserva la siguiente inscripción: Estas obras se hicieron "con suscripción popular, contribuyó con el cincuenta por ciento el excelentísimo señor don Ángel Cuesta". En esa misma plaza, se encuentra un monumento escultórico en honor a Ángel Cuesta y en el que se pueden leer estas palabras: "Peñamellera baja a su benefactor". Pero más allá de este rincón de los Picos de Europa, parece que la figura de Ángel Cuesta es desconocida, a pesar de ser uno de los ejemplos más característicos del emigrante triunfador y uno de los grandes tabaqueros asturianos, a la altura de Leopoldo Carvajal y Zaldúa, Ramón Cifuentes, Anselmo González del Valle o Pepín Rodríguez.

La inauguración en 1935 del monumento en homenaje a Ángel Cuesta / Archivo de Llanes. Fondos del Oriente de Asturias
Ángel Cuesta nació en 1858 en la pequeña localidad de Colosía en Peñamellera Baja, donde pasó su infancia, y parecía que iba a transcurrir su vida, hasta que, según relata él mismo, cuando contaba con 10 años se cruzó en su camino Matías Vega, un vecino que había emigrado a Cuba y que estaba pasando una temporada en el pueblo. Ángel, espíritu inquieto, convenció a su padre para que le permitiese ir con él a La Habana. Así que, acompañado de Matías Vega, abandonó su hogar y se dirigió a Santander, un trayecto que en aquella época no debía ser fácil de realizar y que en su mayoría debió de recorrer a pie, al menos hasta Torrelavega, donde podía coger el ferrocarril hasta la capital cántabra. En Santander se subiría al barco que le llevaría a Cuba con un pasaje de tercera clase, ya que, como el mismo recordaba años después, "no había pasajes más económicos". La travesía no debió resultar muy agradable, en palabras de nuestro protagonista fue un "viaje malo y de tantas dificultades que era mejor no mencionarlas", algo que por otra parte era habitual en esos años, en los que se estaba iniciando el tránsito de la vela al vapor, y en los que las condiciones de los trasatlánticos que llevaban a los emigrantes hacia América no eran precisamente buenas, más bien todo lo contrario. Tal y como recuerda un emigrante gallego, ya a principios del siglo XX: "las bodegas y sollado del barco al que me refiero (…) fueron construidas para conducir ganado. En camastros inmundos duermen en confuso tropel ciento, doscientos hombres y niños en las peores condiciones higiénicas que dar se puede, el camastro lo constituye una colchoneta y una almohada de arpillera ordinaria rellena de alga marina exembre y una mal llamada manta y digo mal llamada, porque ni abriga, ni resguarda del frio".
Una vez en Cuba, Ángel Cuesta fue acogido por su padrino, Ángel González, que le consiguió trabajo en una fábrica de tabaco, iniciando de esta forma su aprendizaje en la industria tabaquera, hasta que en 1878 decidió trasladarse a Estados Unidos, ya que consideraba que en este país tendría más oportunidades profesionales. Tras vivir en Nueva York y Chicago, se estableció en Atlanta, ciudad en la que puso en marcha su primera fábrica. El crecimiento de las ventas le llevó a ampliar las instalaciones y a adquirir varios establecimientos para la distribución directa de su tabaco, posteriormente, en 1892, resolvió llevar la fábrica a Tampa, ya que era el principal centro tabaquero de Estados Unidos, y donde su negocio siguió prosperando.
A principios del siglo XX, Ángel Cuesta era uno de los tabaqueros más importantes de Florida, había abierto otra fábrica de tabaco en Jacksonville y diversificado sus inversiones, introduciéndose en otros sectores como el inmobiliario o el financiero. El éxito le acompañaba y se había convertido en un hombre muy rico, es entonces cuando se incorpora al Club Rotario, que había sido fundado en 1905 en Chicago, llegando a ser uno de sus integrantes más destacados y un gran difusor de sus ideales. En 1915 fue nombrado miembro del comité de extensión de la internacional Rotaria y como tal promovió sus actividades por diferentes países, como Cuba y España, donde fundó, entre otros los Club Rotarios de La Habana, que sería el primero establecido en un país latino, Cienfuegos, Madrid, Barcelona o Santander.
Su trayectoria empresarial y el papel desempeñado dentro del rotarismo internacional ya le otorgarían un puesto destacado dentro de los emigrantes asturianos, pero Ángel Cuesta, también impulsó importantes obras en beneficio de la colectividad, tanto en Asturias como en Estados Unidos. Así, en Tampa fue uno de los promotores del Sanatorio del Centro Español y creó en 1911 A. L. Cuesta Gramar School para los hijos trabajadores de su empresa, institución que se caracterizaba por la enseñanza bilingüe en español e inglés, pero será su tierra natal la más beneficiada por su generosidad. Desde comienzos del siglo XX, Ángel Cuesta viajó mucho a Peñamellera, donde adquirió una residencia en Cimiano, a dos kilómetros de Panes. Es precisamente, en 1904, durante una de esas visitas, cuando decidió levantar en su pueblo natal una escuela y la casa del maestro, al que pagaba su salario, además de dotarla de material y mobiliario. Pero, esto fue solo el principio, ya que en los años siguientes colaboró en la construcción de otros edificios escolares, como los de Cimiano, Panes y Robriguero, financió varias carreteras, donó un lavadero en Colosía y aportó la mitad del coste de la traída de aguas de Panes, localidad en la que también sufragó la urbanización de la plaza. Precisamente esa plaza, que hoy en día lleva su nombre, y en la que por suscripción popular los vecinos agradecidos le erigieron un monumento, algo que a la vista de lo mucho que hizo por ellos, no puede resultarnos extraño.
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