En 2001 se inauguraba el funicular de Bulnes, que se había convertido en símbolo de la incomunicación asturiana de puertas adentro, al igual que la Variante de Pajares–que sigue sin abrir–, lo era y lo es de puertas afuera. Bulnes era pueblo y metáfora. Encarnaba la victoria sobre la tozuda orografía que siempre había castigado a los asturianos y la voluntad de integrar en el flujo sanguíneo regional a todos los pueblos de Asturias, allá donde estuvieran. Que todos, hasta los de Bulnes, tuvieran acceso digno. Era, decían, un deber constitucional. Se invirtieron 12 millones de euros para dar acceso a 26 vecinos. Y, claro, también para los turistas que querían subir en metro a los Picos. Hoy, los concejos del Navia (Grandas, Pesoz, Illano y Boal), arrasados por la despoblación, el último valle olvidado de Asturias, esperan, como Bulnes esperaba, un nuevo acceso para poder cambiar de siglo.